En una misma semana me ha tocado ser testigo de ese resentimiento que, al parecer, forma parte de nuestra idiosincrasia nacional. Justo cuando el primer minero rescatado salía a la superficie, y mientras eramos millones los que nos emocionábamos y quedábamos boquiabiertos con la espectacular operación de salvataje, una cantidad nada menor de gente usaba las redes sociales para ventilar malas vibras contra autoridades, prensa y todos quienes hacían su trabajo en la mina San José.
Ellos, los adictos al chaqueteo, los odiosos de Twitter y Facebook, por supuesto que tecleaban cómodamente desde sus hogares. Daba lo mismo el éxito del operativo, la anticipación de las fechas, los recursos invertidos, la precisión de la estrategia: a demasiados compatriotas siempre les molesta algo y nunca les falta alguna razón para despotricar, mofarse, decir que lo que se hace es lo mínimo y que todos son ridículos, ignorantes, siúticos y aprovechadores. Me da pena. Me da rabia. Y no lo entiendo. ¿Les habrá faltado cariño de sus padres a tanto chileno? ¿Se puede explicar de alguna manera psicoanalítica esta actitud? Porque la mala onda se traduce en desconfianza y la desconfianza, es sinónimo de falta de respeto cívico, y si no hay normas de comportamiento social entonces, por un lado podremos estar cerca del desarrollo pero, por otro, estamos tan lejos. Eso pasó en la madrugada del miércoles. Pocas horas antes, la noche del lunes, me encontraba en el lugar de los hechos. Faltaban algunos minutos para el show de la banda Rage Against the Machine. Más de 20 mil personas llenábamos el espectaclar y recién inaugurado Estado Bicentenario de La Florida cuando, de pronto, decenas, luego centenas y finalmente miles de espectadores que estaban en cancha empezaron a saltar las vallas que los separaban de Cancha Vip. Claro que no se trataba de un saltito.
Había que pegarles a los pobres guardias (gente que con suerte ganará 10 mil o 15 mil pesos por arriesgar el pellejo), romper las barreras, hacer destrozos y, de pasada, terminar en enfermería siendo atendidos por fracturas o quebraduras de dientes gracias a los saltos mortales de un lado a otro del escenario. Yo veía esto a pocos metros y no podía creerlo. Me parecía tan triste, tan vergonzoso. Algunos trataban de justificarlo con frases como "así son los fans de Rage", " eso es rock", " por algo el concierto de llama "The battle of Santiago" o " el problema es la falta de guadias". A mi me parecieron todas explicaciones ridículas, pues lo que veía era lumpen transversal (desde ABC1 hasta D) operando como masa enceguecida, exactamente igual que en los saqueos del sur después del terremoto o subiendo a los buses del Transantiago sin pagar.
Pura desilusión.
Tenemos tantas cosas buenas como sociedad pero no confiamos en el vecino y ni siquiera lo conocemos, hasta que un terremoto nos obliga a salir en pijama del departamento, envenenamos con tinta digital rabiosa los posteos de las columnas y los articulos diarios y ni siquiera somos capaces de celebrar con unidad un logro tan notable como es rescatar vivos a 33 trabajadores del fondo de la tierra. Insisnto.
Nos sobran argumentos técnicos para dar el salto y ser un país de los grandes. Pero mientras no nos hagamos algún tipo de terapia nacional, estamos condenados a la mediocridad.
Periodista y MBA, conductor en radio Zero.
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